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martes, 11 de junio de 2013

Tuve todo, lo deje todo, y ahora lo tengo todo

Testimonio vocacional del P. Nathaniel Haslam, L.C.

 “Dios que comenzó en ti su obra, Él mismo la lleve a buen término” Estas palabras que el obispo pronuncia durante la ordenación diaconal y sacerdotal tocan un punto esencial en cada historia vocacional: la acción de Dios en la vida de la persona. En un principio no quise ser sacerdote, no lo busqué, y cuando la invitación se presentó no la recibí con los brazos abiertos en un primer momento. Casi toda mi vida, sólo quise ganar dinero, el amor de una mujer, ser famoso y vivir la vida en plenitud. Para mí, la idea del sacerdocio era la antítesis de todo esto. No obstante puedo decir ahora, como sacerdote, que no tenía idea alguna del gran don que es el sacerdocio, lo mejor que un hombre puede recibir en esta vida. La felicidad y plenitud que tengo ahora como sacerdote en la Legión de Cristo es muchísimo más grande –de otro nivel– que la que experimenté antes. Mi historia vocacional es una muestra de la acción de Jesucristo y la manifestación de su amor.


Rumbo al éxito
Nací el 20 de agosto de 1976 en Harrisburg, Pennsylvania (Estados Unidos). Soy el primero de la familia que formaron mis papás, James y Frances, ambos de Pennsylvania. Después de mí siguen mis dos hermanos Daniel y Nicholas. Mi papá vivió en Filadelfia. Era hijo único de una familia cristiana protestante y creció con este mismo credo. Mi mamá proviene en cambio del norte y sus papás eran muy fieles católicos de rito bizantino. Se conocieron y se casaron en Harrisburg. Ahí nacimos los tres hijos y todos fuimos bautizados en la Iglesia Católica de rito bizantino, la parroquia de San Cirilo y Metodio en Berwick, Pennsylvania.

De niño, me gustaban los deportes, las competiciones y los estudios. La cosa más importante era la competición: ganar y alcanzar una buena reputación. Siendo un niño sin muchos amigos y una personalidad introvertida, busqué modos para ganar la atención, por ejemplo jugar frecuentemente béisbol y baloncesto. No obstante, mi pasión más fuerte fueron los estudios con el deseo de alcanzar un nivel más alto que mis compañeros. Las ciencias, las matemáticas

y la historia eran mis materias preferidas. Gané el primer lugar en algunas competiciones de ciencia y participé en la competición a nivel estatal.


Vacío de tenerlo todo

Terminé la preparatoria en 1994 como segundo mejor en mi generación, con muchos premios y muchas perspectivas de un futuro brillante. Estudié ingeniería eléctrica en el Rensselaer Polytechnic Institute de Nueva York. Mis años de universidad se caracterizaron por una lucha entre la búsqueda del éxito y la de Dios. Tuve caídas y los éxitos nunca fueron suficientes para satisfacerme. Sin embargo, Dios me ayudó a través de un grupo de jóvenes católicos en la universidad.
Cuando terminé mis estudios universitarios en 1997, alcancé mi sueño de recibir el mejor puesto y salario entre mis compañeros de generación. Paradójicamente nunca en mi vida estuve más triste y vacío que en los meses siguientes, porque el dinero y honores no podían realizarme ni llenarme el corazón. A los veinte años comencé a trabajar en la empresa Xerox en Rochester, Nueva York con los planes de llegar a ser uno de los vicepresidentes y obtener una maestría a los veinticinco años. Con veintiocho años, fundar una empresa. Con cuarenta años, mi esperanza era dejar de trabajar y disfrutar de la vida con una familia y viajes a todo el mundo. ¡Dios tuvo otros planes!

Cuando trabajé en Xerox tuve todo: dinero, el coche de mis sueños, el amor de una novia, buenos amigos y un futuro que lucía muy seguro y maravilloso. Tuve todo lo que la sociedad americana entendía por éxito. Al igual que mis amigos, creía haber logrado todo sin necesidad de Dios y sus planes para mi vida. Sólo iba a la iglesia los domingos y no recuerdo haber hecho una buena confesión en ocho años. Verdaderamente, viví en la práctica casi como un ateo y me interesaba conocer algo sobre otras religiones para buscar un poco de luz.


Conversión y triple llamada al sacerdocio
En esta situación, Dios tomó cartas en el asunto. Un día común y corriente me levanté para ir a trabajar a las 6:30 de la mañana e inmediatamente me vino la fuerte convicción de que mi vida estaba vacía y corría peligro de fracasar. Estaba corriendo para ganar puras cosas materiales, satisfacciones, placeres y sólo para disfrutar de la vida. Me di cuenta de la verdad de mi vida y del mensaje de Jesucristo, Señor de la vida eterna que era precedida por un juicio final en el cual tendría que rendir cuentas de mis acciones. Confundido al principio, las cosas fueron cambiando poco a poco. Comencé a leer el Evangelio cada día, rezaba el rosario y, lo más importante: hice una buena confesión después de ochos años. Esta confesión fue clave, un momento de gran alegría porque Dios me liberó de muchas esclavitudes y me dio una gran paz interior. Finalmente, hice la experiencia personal de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía durante la adoración eucarística. De este modo, Dios comenzó a ser mi mejor amigo y buscaba cómo podía amarlo y servirlo más.
Después de la confesión y mi experiencia de la Eucaristía en 1998, Dios se movió muy rápido. “Mi plan” cambió a “Su plan”. En tres ocasiones, tres personas distintas me hablaron sobre la vocación sacerdotal. La primera vez fue en un grupo de la parroquia: “¿Has pensado en ser sacerdote?” No quise escuchar más y corrí a casa. La segunda vez fue durante un retiro en Pentecostés de 1998 en Canadá: una mujer en la fila para recoger la comida me preguntó si yo era seminarista. Cuando le dije que no, me respondió: “¡Ahí estarás!”, y me tocó con su dedo para dar énfasis a su profecía. No creí que me fuese posible ser sacerdote. No quería verme así, en ese momento no entendía el valor del sacerdocio. Por último, meses después un amigo de la universidad me preguntó sobre la vocación. Esto me hizo pensar en la posibilidad de que efectivamente fuese la voluntad de Dios.
Fueron días y semanas de oración y oscuridad, recé mucho y también recibí muchos consejos de un sacerdote diocesano, el P. Vincent McMahon, de mi parroquia en Rochester. Un día, le pregunté al Señor en la oración cuál era el mejor modo de servirlo ante todas las necesidades del mundo y la Iglesia. Su respuesta era clara: “El mejor modo de ayudarme es siendo un santo sacerdote.” Desde ese momento, con la convicción de ser llamado, comencé a buscar dónde estudiar para ser sacerdote. Quería ser sacerdote diocesano y por ello visité cuatro seminarios diocesanos, pero no era la dirección que Dios quería. También tuve entrevistas con los jesuitas, dominicanos, franciscanos, y los misioneros de Maryknoll. En ninguno de estos casos encontré el camino de mi vocación. Anímicamente me era muy difícil porque ahora que por fin estaba abierto a la vocación, no encontraba el camino apropiado para iniciar el plan que Dios tenía para mí.


En las manos de Jesucristo

Luego, una amiga me platicó sobre los Legionarios de Cristo. Me dijo que era un grupo de sacerdotes que aman a Jesucristo, a María y a la Iglesia, tienen adoración eucarística, defienden al Papa y ayudan a los pobres: tanto materiales como espirituales. Escuché sobre sus retiros “Test Your Call” de discernimiento vocacional y fui a su seminario en Cheshire, Connecticut para uno de estos retiros. Me encontré con ciento treinta seminaristas jóvenes y felices, todos vistiendo una sotana, algo que se ve poco. Me impactó mucho. Al recibir de ellos el ejemplo de oración, alegría, y deseo de ayudar a Jesucristo en este mundo que muere por falta de su amor, no podía creer que aquello fuese posible y comencé a pensar en la posibilidad de entrar.
No obstante, en los próximos cinco meses traté de olvidar mi experiencia de la vocación en Cheshire. Me enfoqué de nuevo en mi trabajo en Xerox y en la relación con mi novia, que aún continuaba. Cada vez que recordaba el pensamiento sobre la vocación, pedía a Dios un signo definitivo. Dios me ayudó a través de algunos amigos que me preguntaron sobre la fecha para entrar al seminario.

El momento definitivo llegó una noche cuando cenando con un legionario de Cristo, él me invitó al candidatado (programa de discernimiento vocacional en el verano). Fui a la capilla cercana a mi casa donde había adoración perpetua, ahí puse todo en las manos de Jesucristo y le dije: “Me has dado todo y me has amado tanto. Toda mi vida he vivido para mí mismo y ahora es tiempo que viva según tu plan para mí. No sé cuánto implicará esta llamada, pero voy a seguirte. Ayúdame a ser generoso y cumplir fielmente tu voluntad.” Inmediatamente, experimenté una gran alegría y una paz inmensa. Nunca en mi vida he sido tan feliz como cuando decidí seguir a Cristo completamente como sacerdote. En los siguientes dos meses, dejé mi trabajo en Xerox y fui a Lourdes para agradecer a María por mi vocación sacerdotal. Me di cuenta en estos meses de que el verdadero éxito en la vida es seguir el plan de Dios. Entré en la congregación de los Legionarios de Cristo en Cheshire en el verano de 1999.


Mi vida en la Legión
Mis años de formación en la Legión han estado llenos de gracias. Más que nada he aprendido que Jesucristo es nuestro mejor amigo. Su amistad nos invita a ser generosos y a actuar según su corazón: bondadoso, manso y humilde, a hablar bien de los demás y a estar disponibles para ayudar al prójimo. Mi preparación para el sacerdocio me ha llevado a Dublín para el noviciado, de regreso a Cheshire para estudiar humanidades clásicas, a Thornwood, NY para filosofía, al noreste de Estados Unidos para trabajar en la pastoral familiar, y estos últimos tres años a Roma para estudiar teología. Recibí la ordenación diaconal en 30 de junio de 2010 en Roma.

En estos días cuando hay tantos ataques y desprecio hacia el sacerdocio, quiero decir que no hay vocación o misión más grande que ésta, en la que cada día es una aventura. “Gracias Señor Jesucristo, por llamarme a ser tu sacerdote por toda la eternidad. María, Madre mía, pongo mi vocación en tus manos y te pido nos alcances la gracia a todos los sacerdotes de ser fieles y perseverar hasta la muerte en la glorificación del Padre Celestial y en la salvación de las almas.”

¡Suerte con su vocación!

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