La palabra de
Dios no es «una historieta» para leer, sino una enseñanza que hay que escuchar
con el corazón y poner en práctica en la vida diaria. Un compromiso accesible a
todos, porque aunque «nosotros la hemos hecho algo difícil», la vida cristiana
es «sencilla, sencilla». En efecto, «escuchar la palabra de Dios y ponerla en
práctica» son las únicas dos «condiciones» que Jesús pide a quien quiere
seguirlo.
En síntesis,
para el Papa Francisco este es el significado de las lecturas propuestas por la
liturgia del martes 23 de septiembre. Celebrando la misa en Santa Marta, el
Pontífice meditó en particular sobre el pasaje del Evangelio de san Lucas (8,
19-21) que narra que la madre y los hermanos de Jesús no logran «acercarse a Él
a causa de la multitud». Partiendo de la constatación de que Él pasaba la mayor
parte de su tiempo «en la calle, con la gente», el obispo de Roma notó que
entre los tantos que lo seguían había personas que percibían «en Él una
autoridad nueva, un modo de hablar nuevo», percibían «la fuerza de la
salvación» que ofrecía. «El Espíritu Santo —comentó al respecto— tocaba
sus corazones para ello».
Pero confundida
entre la multitud, observó el Papa, también había gente que seguía a Jesús con
otra finalidad. Algunos, «por conveniencia», otros, quizá, por el «deseo de ser
más buenos». Un poco «como nosotros», dijo actualizando el discurso, que
«tantas veces buscamos a Jesús porque tenemos necesidad de algo, y después lo
olvidamos allí, solo». Una historia que se repite, visto que ya entonces Jesús
reprochaba a veces a quien lo seguía. Es lo que sucede, por ejemplo, después de
la multiplicación de los panes, cuando dice a la gente: «Venís a mí no para
escuchar la palabra de Dios, sino porque el otro día os di de comer»; o con los
diez leprosos, de los cuales solamente uno vuelve para darle gracias, mientras
que «los otros nueve eran felices por su salud y se olvidaron de Jesús».
No obstante
todo, afirmó el Papa, «Jesús seguía hablando a la gente» y amándola, hasta tal
punto que define a «esa multitud inmensa “mi madre y mis hermanos”». Los
familiares de Jesús son, pues, «los que escuchan la palabra de Dios» y «la
ponen en práctica». Esta —explicó— «es la vida cristiana: nada más. Sencilla,
sencilla. Quizá nosotros la hemos hecho algo difícil, con tantas explicaciones
que nadie entiende, pero la vida cristiana es así: escuchar la palabra de Dios
y practicarla. Por eso hemos rezado en el salmo: “Guíame, Señor, por la senda
de tus mandatos”, de tu palabra, de tus mandamientos, para practicarlos».
De ahí la
invitación a «escuchar la palabra, verdaderamente, en la Biblia, en el Evangelio»,
meditando las Escrituras para poner en práctica su contenido en la vida diaria.
Pero si sólo echamos un vistazo al Evangelio —aclaró el Pontífice—, entonces
«esto no es escuchar la palabra de Dios: esto es leer la palabra de Dios como
se puede leer una historieta». Mientras que escuchar la palabra de Dios «es
leer» y preguntarse: «¿Qué dice esto a mi corazón? ¿Qué me está diciendo Dios
con esta palabra». En efecto, sólo así «nuestra vida cambia». Y esto se produce
«cada vez que abrimos el Evangelio y leemos un pasaje y nos preguntamos: “¿Dios
me habla con esto, me dice algo a mí? Y si me dice algo, ¿qué me dice?”».
Esto significa
«escuchar la palabra de Dios, escucharla con los oídos y escucharla con el
corazón, abrir el corazón a la palabra de Dios». Al contrario, «los enemigos de
Jesús escuchaban la palabra de Jesús, pero estaban cerca de Él para encontrar
un error, para hacerlo tropezar» y hacerle perder «autoridad. Pero no se
preguntaban nunca: “¿Qué me dice Dios a mí con esta palabra?”».
Además, añadió
el Pontífice, «Dios no sólo habla a todos, sino también a cada uno de nosotros.
El Evangelio se escribió para cada uno de nosotros. Y cuando tomo la Biblia, tomo el Evangelio y
leo, debo preguntarme qué me dice el Señor a mí». Por otra parte, «esto es lo
que Jesús dice que hacen sus verdaderos parientes, sus verdaderos hermanos:
escuchar con el corazón la palabra de Dios. Y luego, dice, “la ponen en práctica”».
Ciertamente,
reconoció el Papa Francisco, «es más fácil vivir tranquilamente, sin
preocuparse por las exigencias de la palabra de Dios». Pero «también este
trabajo lo hizo el Padre por nosotros». En efecto, los mandamientos son
precisamente «un modo de poner en práctica» la palabra del Señor. Y lo mismo
vale para las bienaventuranzas. En ese pasaje del evangelio de san Mateo,
observó el Papa, «están todas las cosas que debemos hacer para poner en
práctica la palabra de Dios». En fin, «están las obras de misericordia»,
también ellas indicadas en el Evangelio de san Mateo, en el capítulo 25. En
suma, estos son ejemplos «de lo que quiere Jesús cuando nos pide “poner en
práctica” la palabra».
En conclusión,
el Pontífice recapituló su reflexión recordando que «mucha gente seguía a
Jesús»: algunos «por la novedad», otros «porque tenían necesidad de oír una
palabra de consuelo»; pero, en realidad, no eran tantos los que después ponían
efectivamente «en práctica la palabra de Dios». Sin embargo, «el Señor hacía su
obra porque es misericordioso y perdona a todos, llama a todos, espera a todos,
porque es paciente».
También hoy,
destacó el Papa, «mucha gente va a la iglesia para escuchar la palabra de Dios,
pero quizá no comprenda al predicador cuando predica un poco difícil, o no
quiere comprender. Porque también esto es verdad: muchas veces nuestro corazón
no quiere comprender». Pero Jesús sigue acogiendo a todos, «incluso a los que
van a escuchar la palabra de Dios y después lo traicionan», como Judas, que lo
llamaba «amigo». El Señor, reafirmó el Papa, «siembra siempre su palabra», y a
cambio «pide solamente un corazón abierto para escucharla y buena voluntad para
ponerla en práctica. Por eso, entonces, que la oración de hoy sea la del salmo:
“Guíame, Señor, por la senda de tus mandatos”, es decir, por la senda de tu
palabra, para que aprenda con tu guía a ponerla en práctica».
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