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viernes, 10 de octubre de 2014

Papa Francisco: El perfume de la pecadora

El Señor salva «solamente a quien sabe abrir su corazón y se reconoce pecador». Es la enseñanza que el Papa Francisco dio del pasaje evangélico de san Lucas (7, 36-50) durante la misa que celebró el jueves 18 de septiembre, por la mañana, en Santa Marta. Se trata del relato de la pecadora que, durante la comida en la casa de un fariseo, sin ser ni siquiera invitada, se acerca a Cristo con «un vaso de perfume» y «colocándose detrás junto a sus pies, llorando», comienza «a bañarlos de lágrimas», luego los seca «con sus cabellos», los besa y los unge de perfume.

El Pontífice explicó que precisamente «reconocer los pecados, nuestra miseria, reconocer lo que somos y lo que somos capaces de hacer o hemos hecho es la puerta que se abre a la caricia de Jesús, al perdón de Jesús, a la palabra de Jesús: Vete en paz, tu fe te ha salvado, porque has sido valiente, has sido valerosa en abrir tu corazón a aquel que sólo puede salvarte». Al respecto el Papa repitió una expresión muy querida por él: «el lugar privilegiado para el encuentro con C risto son los propios pecados».
A un oído poco atento esto le «parecería casi una herejía —comentó— pero lo decía también san Pablo» cuando, en la segunda Lectura a los Corintios (12, 9), afirmaba de gloriarse «solamente de dos cosas: de los propios pecados y de Cristo Resucitado que lo ha salvado».
El obispo de Roma introdujo su reflexión reconstruyendo la escena descrita en el pasaje evangélico. Aquel «que había invitado a Jesús al almuerzo —hizo notar— era una persona de un cierto nivel, de cultura, quizás un universitario. Quería escuchar la doctrina de Jesús, porque como buena persona de cultura estaba inquieto», buscaba «conocer más». Y «no parece que fuera una mala persona», como tampoco parecían «los demás que estaban en la mesa». Hasta que irrumpe en el banquete una figura femenina: en el fondo «una mal educada» que «entra justo donde no había sido invitada. Una que no tenía cultura o si la tenía, aquí no lo demostró». En efecto, «entra y hace eso que quiere hacer: sin pedir disculpas, sin pedir permiso». Y en todo esto, observó el Papa, «Jesús la deja actuar».
Es entonces cuando la realidad se revela detrás de la fachada de las buenas maneras con el fariseo que comienza a pensar: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Este hombre «no era malo», sin embargo, «no logra entender el gesto de la mujer. No logra entender los gestos elementales de la gente». Quizás, destacó el Papa Francisco, «este hombre había olvidado cómo se acaricia a un niño, cómo se consuela a una anciana. En sus teorías y en sus pensamientos, en su vida de gobierno — porque tal vez era un consejero de los fariseos— había olvidado los primeros gestos de la vida que todos nosotros, de recién nacidos, comenzamos a recibir de nuestros padres». En resumen, «estaba alejado de la realidad». Sólo así, continuó el Papa, se explica «la acusación» imputada a Jesús: «¡Este es un santón! Nos habla de cosas hermosas, hace un poco de magia; es un curandero; pero al final no conoce a la gente, porque si supiera de qué clase es esta habría dicho algo».
Hay entonces «dos actitudes» muy diferentes entre sí: por una parte la del «hombre que ve y califica», juzga; y por otro la de la «mujer que llora y hace cosas que parecen locuras», porque utiliza un perfume que «es caro, es costoso». En especial el Pontífice se detuvo en el hecho de que el Evangelio sí utiliza la palabra «unción» para significar que el «perfume de la mujer unge: tiene la capacidad de ser una unción», al contrario de las palabras del fariseo que «no llegan al corazón, no llegan a la realidad».
En medio a estas dos figuras tan antitéticas está Jesús, con «su paciencia, su amor», su «deseo de salvar a todos», que «le lleva a explicar al fariseo qué significa eso que hace esta mujer» y a reprocharle, si bien «con humildad y ternura», por no haber tenido «cortesía» con Él. «He entrado en tu casa —le dice— y no me has dado agua para los pies; no me has dado un beso; no has ungido con óleo mi cabeza. En cambio ella hace todo esto: con sus lágrimas, con sus cabellos, con su perfume».
El Papa evidenció también que el Evangelio no dice «cómo terminó la historia para este hombre», pero dice claramente «cómo terminó para la mujer: “Tus pecados han quedado perdonados”». Una frase, esta, que escandaliza a los comensales, quienes comienzan a confabular entre sí preguntándose: «¿Pero quién es este, que hasta perdona pecados?». Mientras que Jesús prosigue derecho por su camino y «dice esa frase tan repetida en el Evangelio: “Vete en paz, tu fe te ha salvado”». En resumen, «a ella se le dice que sus pecados le son perdonados, a los demás, Jesús les hace ver sólo los gestos y se los explica, incluso los gestos no realizados, o sea lo que no han hecho con Él». Es una diferencia que Francisco ha querido remarcar: en el comportamiento de la mujer «hay mucho, mucho amor», mientras que con respecto a los comensales Jesús «no dice que falta» el amor, «pero lo da a entender». En consecuencia «la palabra salvación —“tu fe te ha salvado”— la dice sólo a la mujer, que es una pecadora. Y la dice porque ella logró llorar sus pecados, confesar sus pecados, decir: “Soy una pecadora”». Por el contrario, «no la dice a esa gente», que incluso «no era mala», sino porque estas personas «creían que no eran pecadoras». Para ellos «los pecadores eran los demás: los publicanos, las prostitutas».
He aquí entonces la enseñanza del Evangelio: «La salvación entra en el corazón solamente cuando abrimos el corazón en la verdad de nuestros pecados». Cierto, observó el obispo de Roma, «ninguno de nosotros irá a hacer el gesto que hizo esta mujer», porque se trata de «un gesto cultural de la época; pero todos nosotros tenemos la posibilidad de llorar, todos nosotros tenemos la posibilidad de abrirnos y decir: Señor, ¡sálvame! Todos nosotros tenemos la posibilidad de encontrarnos con el Señor». También porque, afirmó, «a esa otra gente, en este pasaje del Evangelio, Jesús no dice nada. Pero en otro pasaje dirá esa terrible palabra: “¡Hipócritas, porque os habéis alejado de la realidad, de la verdad!”». Y de nuevo, refiriéndose al ejemplo de esa pecadora, advertirá: «Pensad bien, serán las prostitutas y los publicanos que os precederán en el reino de los cielos». Porque ellos —concluyó— «se sienten pecadores» y «abren su corazón en la confesión de los pecados, en el encuentro con Jesús, que dio su sangre por todos nosotros».

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