La identidad
cristiana sólo se realiza plenamente en nosotros con la resurrección, que será
«como un despertar». Por eso el Papa Francisco invitó a «estar con el Señor», a
caminar con Él como discípulos, para que la resurrección comience ya, aquí y
ahora. Pero «sin miedo a la transformación que tendrá nuestro cuerpo al final
de nuestro itinerario cristiano».
Precisamente en
la esencia de la resurrección, el Pontífice centró su homilía durante la misa
celebrada el viernes 19 de septiembre por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta,
aprovechando la sugerencia del pasaje de la primera Carta de san Pablo a los
Corintios (15, 12-20) propuesto por la liturgia. El Apóstol, explicó enseguida,
«debe hacer una corrección difícil en aquel tiempo: la de la resurrección». En
efecto, «los cristianos creían que sí, que Cristo había resucitado, se había
ido, había terminado su misión, nos ayuda desde el cielo, nos acompaña»; pero
«no era tan clara» para ellos «la consecuencia conexa de que también nosotros
resucitaremos».
En realidad,
afirmó el Papa Francisco, «ellos pensaban de otro modo: sí, los muertos son
justificados, no irán al infierno —muy hermoso—, pero irán un poco al cosmos,
al aire, el alma ante Dios: solamente el alma». Pero «no comprendían, no les
entraba en la cabeza la resurrección», es decir, que «también nosotros
resucitaremos».
«Hay una
resistencia fuerte», observó el Papa, «ya desde los primeros días». Así, el
mismo «Pedro, que había contemplado a Jesús en su gloria en el Tabor, la mañana
de la resurrección fue corriendo al sepulcro», pensando que habían robado el
cuerpo del Señor. Porque «no entraba en su cabeza una resurrección real»: su
visión «teológica», explicó el Pontífice, «se detenía en el triunfo». Hasta tal
punto que «el día de la ascensión dirán: Pero dime, Señor, ¿ahora será la
liberación, el reino de Israel?». «Ese paso de la muerte a la vida por la
resurrección no lo entendían», reafirmó el obispo de Roma. «Ni siquiera María
Magdalena, que amaba tanto al Señor», lo había comprendido. Y así ella también
pensó: «Han robado el cuerpo».
En esencia, los
discípulos no comprendían «la resurrección, ya sea de Jesús, ya sea de los
cristianos». Al final, sólo aceptaron «la de Jesús, porque lo vieron, pero la
de los cristianos no se entendía así». Su convencimiento era que «iremos al
cielo, pero sin ninguna cosa extraña», como si «los muertos resucitaran».
Por lo demás,
sucede lo mismo «cuando Pablo va a Atenas y comienza a hablar» de la
resurrección: «los griegos sabios, filósofos, se asustan», recordó el Papa. La
cuestión es que «la resurrección de Cristo es un prodigio, una cosa que quizá
asuste; la resurrección de los cristianos, es un escándalo: no pueden
comprenderla». Y «por eso Pablo hace este razonamiento tan claro: si Cristo ha
resucitado, ¿cómo pueden decir algunos de vosotros que no hay resurrección de
los muertos? Si Cristo ha resucitado, también los muertos resucitarán».
«Hay resistencia
a la transformación —observó el Pontífice—, resistencia a que la obra del
Espíritu, que recibimos en el Bautismo, nos transforme hasta el fin, hasta la
resurrección». Y «cuando hablamos de esto, nuestro lenguaje dice: yo quiero ir
al cielo, no quiero ir al infierno». Sin embargo, «nos detenemos allí». Y
«ninguno de nosotros dice: yo resucitaré como Cristo».
«También para
nosotros —prosiguió el Pontífice— es difícil comprender esto. Y mucho». Es más
fácil imaginar una especie de «panteísmo cósmico» y pensar: «Estaremos en la
contemplación allí, en el mundo, el mundo será cambiado». Hay, pues,
«resistencia a ser transformados, que es la palabra que usa Pablo: “Seremos
transformados. Nuestro cuerpo será transformado”». Una resistencia que es
«humana», reconoció el Papa. Hasta tal punto que «cuando un hombre o una mujer
deben afrontar una operación quirúrgica, tienen mucho miedo, porque o les
quitarán algo o les pondrán otra cosa: serán transformados, por decirlo así. Un
pequeño temor». Pero, precisó, «con la resurrección todos nosotros seremos
transformados».
«Este es el
futuro que nos espera —reafirmó Francisco—, y esto nos lleva a poner tanta
resistencia a la transformación de nuestro cuerpo», pero «también resistencia a
la identidad cristiana». Y añadió: «Quizá no tengamos tanto miedo al
apocalipsis del maligno, al anticristo que debe venir antes; quizá no tengamos
tanto miedo. Quizá no tengamos tanto miedo a la voz del arcángel o al sonido de
la trompeta, pero será la victoria del Señor». Sin embargo, tenemos «miedo a
nuestra resurrección: todos seremos transformados». Y «esa transformación será
el fin de nuestro itinerario cristiano».
«Esta tentación
de no creer en la resurrección de los muertos —explicó el Papa— nació en la
primera Iglesia, en los primeros días de la Iglesia. Pablo,
hacia el año 50, debe aclarar lo mismo a los tesalonicenses, y hablarles de
ello una, dos veces». Y «al final, para consolarlos, para animarlos, dice una
de las frases más llenas de esperanza que hay en el Nuevo Testamento: “Al
final, seremos como Él”». Y será un «estar con el Señor, así, con nuestro
cuerpo y nuestra alma». Esta es nuestra «identidad cristiana: estar con el
Señor». Una afirmación que, remarcó el Pontífice, no es ciertamente «una
novedad». Más aún, «es la primera cosa que se dice de los primeros discípulos».
En efecto, «cuando Juan el Bautista señala a Jesús como el cordero de Dios y
los dos discípulos se van con Él, dice el Evangelio: “Y ese día se quedaron con
Él”».
«Nosotros
resucitaremos para estar con el Señor —confirmó el Pontífice—, y la
resurrección comienza aquí, como discípulos, si estamos con el Señor, si
caminamos con el Señor. Este es el camino hacia la resurrección. Y si estamos
acostumbrados a estar con el Señor, este miedo a la transformación de nuestro
cuerpo se aleja».
En realidad, la
resurrección «será como un despertar», aclaró Francisco, repitiendo las
palabras del Salmo 16: «Al despertar me saciaré de tu imagen». También «Jacob
nos dice: lo veré con mis ojos, no espiritualmente: con mi cuerpo, con mis ojos
transformados».
Por eso no hay
que «tener miedo a la identidad cristiana», que «no termina con un triunfo
temporal, no termina con una hermosa misión». Porque «la identidad cristiana se
realiza plenamente en la resurrección de nuestros cuerpos, en la resurrección:
allí es el fin, para saciarnos de la imagen del Señor».
Por lo tanto,
afirmó el Papa, «la identidad cristiana es una senda, es un camino donde se
está con el Señor, como los dos discípulos que estuvieron con el Señor aquella
tarde». Así, «también toda nuestra vida está llamada a estar con el Señor para
quedarse, estar con el Señor, al final, después de la voz del arcángel, después
del sonido de la trompeta». Al respecto, el Papa quiso recordar por último que
el mismo san Pablo, en la Carta
a los Tesalonicenses, «termina este razonamiento con esta frase: “Consolémonos con
esta verdad”».
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