La lucha contra los planes astutos de
destrucción y deshumanización
perpetrados por el demonio —que «presenta las cosas como si fueran
buenas» inventando hasta «explicaciones humanísticas»— es «una
realidad cotidiana». Y si nos hacemos a un lado, «seremos derrotados».
Pero
tenemos la certeza de que no estamos solos en esta lucha, porque el
Señor ha
confiado a los arcángeles la tarea de defender al hombre. Y es
precisamente el
papel de Miguel, Gabriel y Rafael que el
Papa Francisco recordó en la misa celebrada el lunes 29 de septiembre,
día de la solemnidad, en la
capilla de la Casa Santa
Marta.
El Pontífice observó inmediatamente que «las dos lecturas que hemos
escuchado —ya sea la del profeta Daniel
(7, 9-10.13-14) ya sea la del Evangelio de san Juan (1, 47-51)— nos hablan de
gloria: la gloria del cielo, la corte celestial, la adoración en el cielo». Por lo tanto, explicó, «existe la
gloria» y «en medio a esta gloria está Jesucristo». Dice, en efecto, Daniel:
«Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre
entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los
pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron». Aquí está entonces, dijo el Papa,
«Jesucristo, ante el Padre, en la gloria del cielo».
Una realidad que la liturgia vuelve a proponer también en el Evangelio.
Así, prosiguió el Papa, «a Natanael que se asombraba, Jesús le dice: Pero, has
de ver cosas mayores. Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar
sobre el Hijo del Hombre». Y «toma la imagen de la escalinata de Jacob: Jesús
está en el centro de la gloria, Jesús es la gloria del Padre». Una gloria que,
aclaró el obispo de Roma, «es promesa en Daniel, es promesa en Jesús. Pero también es promesa hecha en la eternidad».
El Pontífice hizo luego referencia a la «otra lectura» tomada del
Apocalipsis (12, 7-12). También en ese texto, precisó, «se habla de gloria,
pero como lucha». Se lee en efecto: «Hubo un combate en el cielo: Miguel y sus
ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió él y sus ángeles. Y
no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el cielo. Y fue precipitado el
gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña
al mundo entero; fue precipitado y sus ángeles fueron precipitados con él».
Es «la lucha entre el demonio y Dios», explicó. Pero «esta lucha tiene
lugar después de que Satanás buscara destruir a la mujer que está a punto de
dar a luz al hijo». Porque, afirmó el Papa, «Satanás siempre busca destruir al
hombre: ese hombre que Daniel veía ahí, en gloria, y que Jesús decía a Natanael
que vendría en gloria». Y «desde el inicio la Biblia nos habla de esto: esta seducción para
destruir de Satanás. Quizás por envidia». Y al respecto el Papa Francisco,
haciendo referencia al salmo 8, destacó que «esa inteligencia tan grande del
ángel no podía soportar en sus hombros esta humillación, que una creatura
inferior fuera hecha superior; y buscaba destruirla».
«La tarea del pueblo de Dios —explicó el Pontífice— es custodiar en sí
mismo al hombre: el hombre Jesús. Custodiarlo, porque es el hombre que da vida
a todos los hombres, a toda la humanidad». Y por su parte, «los ángeles luchan
para que venza al hombre». Así, «el hombre, el Hijo de Dios, Jesús y el hombre,
la humanidad, todos nosotros, lucha
contra todas estas cosas que Satanás hace para destruirlo».
En efecto, afirmó el Papa, «muchos proyectos, a excepción de los propios
pecados, pero muchos, muchos proyectos de deshumanización del hombre son obra de
él, simplemente porque odia al hombre».
Satanás «es astuto: lo dice la primera página del Génesis. Es astuto, presenta
las cosas como si fueran buenas. Pero su intención es la destrucción».
Ante esta obra de Satanás «los ángeles nos defienden: defienden al hombre y
defienden al hombre-Dios, al hombre superior, Jesucristo, que es la perfección
de la humanidad, el más perfecto». Es por eso que «la Iglesia honra a los
ángeles, porque son ellos los que estarán en la gloria de Dios —están en la
gloria de Dios— porque defienden el gran misterio escondido de Dios, es decir,
que el Verbo vino en la carne». Precisamente «a Él le quieren destruir; y
cuando no pueden destruir a la persona de Jesús buscan destruir a su pueblo; y
cuando no pueden destruir al pueblo de Dios, inventan explicaciones
humanísticas que van precisamente en contra del hombre, en contra de la
humanidad y en contra de Dios».
He aquí por qué, dijo el Papa, «la lucha es una realidad cotidiana en la
vida cristiana, en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra familia, en
nuestro pueblo, en nuestras iglesias». De modo que «si no se lucha, seremos
derrotados». Pero «el Señor dio esta tarea de luchar y vencer principalmente a
los ángeles».
Y también por eso, añadió, «el canto final del Apocalipsis, tras la lucha,
es muy bello: “Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de
nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de
nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche”». El
objetivo era por eso la destrucción y, por consiguiente, en el Apocalipsis está
este «canto de victoria».
Al recordar precisamente la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y
Rafael, el Papa ratificó cómo este es un
día particularmente apropiado para dirigirse a ellos. Y también «para recitar
esa oración antigua pero tan hermosa del arcángel Miguel, para que siga
luchando y defendiendo el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se
hizo hombre, murió y resucitó». Porque «este es
nuestro tesoro». Y al arcángel Miguel, concluyó el Papa, le pedimos que
continúe «luchando para custodiarlo».
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