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viernes, 10 de octubre de 2014

Papa Francisco: El Evangelio y los ancianos


El Evangelio que hemos escuchado hoy, lo acogemos como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, lleno de fe y lleno de esperanza.
María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios y desde hace seis meses, con su marido Zacarías, está en espera de un hijo.
María, también en esta circunstancia, nos muestra el camino: ir al encuentro de su pariente anciana, estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y, sobre todo, para aprender de ella, que es anciana, una sabiduría de vida.
La primera Lectura, con diversas expresiones, evoca el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20, 12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre las generaciones, sin que los hijos reciban con reconocimiento el testigo de la vida de las manos de sus padres. Y dentro de este reconocimiento de quien te ha transmitido la vida, existe también el reconocimiento por el Padre que está en los cielos.
Existen a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven de modo más fuerte la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación precedente. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si luego no se recupera el encuentro, si no se encuentra un equilibrio nuevo, fecundo entre las generaciones, lo que deriva de ello es un grave empobrecimiento por el pueblo, y la libertad que predomina en la sociedad es una libertad falsa, que casi siempre se transforma en autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y el paso entre generaciones, sino que la llevó a su cumplimiento. El Señor formó una nueva familia, en la que por encima de los vínculos de sangre prevalece la relación con Él y el cumplimiento de la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre lleva a cumplimiento el amor por los padres, por los hermanos, por los abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es pastor y por lo tanto, padre de la comunidad, tener respeto por los ancianos y los familiares, y exhorta a hacerlo con actitud filial: el anciano «como si fuera tu padre», «las mujeres ancianas como madres» (cf. 1Tm 5, 1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, más bien, la caridad de Cristo lo apremia a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun llegando a ser la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que se está encarnando en ella, a ir de prisa con su anciana pariente.
Y volvamos entonces a este «icono» lleno de alegría y esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en casa de Isabel, habrá escuchado a ella y al marido Zacarías rezar con las palabras del Salmo responsorial de hoy: «Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora en la vejez y las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 71, 5.9.18). La joven María escuchaba, y guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías enriqueció su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos en la fe, expertos de Dios, expertos de esa esperanza que viene de Él: es de esto lo que el mundo tiene necesidad, en todos los tiempos. María ha sabido escuchar a esos padres ancianos y llenos de estupor, tomó en cuenta su sabiduría, y esta fue preciosa para ella, en su camino de mujer, de esposa, de madre.
Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre los jóvenes y los ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer caminar al pueblo y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.

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