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viernes, 10 de octubre de 2014

Papa Francisco: Una briza suave



Antes de confiarnos una misión el Señor nos prepara, probándonos con un proceso de purificación y discernimiento. Es la historia del profeta Elías la que sugirió al Papa, durante la misa que celebró el viernes 13 de junio, la reflexión sobre esta regla fundamental de la vida cristiana.

«En la primea lectura —dijo el Pontífice refiriéndose al pasaje tomado del primer libro de los Reyes (19, 9.11-16)— hemos escuchado la historia de Elías: cómo el Señor prepara un profeta, cómo trabaja en su corazón para que este hombre sea fiel a su palabra y haga lo que Él quiere». El profeta Elías «era una persona fuerte, de gran fe. Había amonestado al pueblo por adorar a Dios y adorar a los ídolos: pero si adoraba a los ídolos, adoraba mal a Dios. Y si adoraba a Dios, adoraba mal a los ídolos». Por eso Elías decía que el pueblo renqueaba «con los dos pies», no tenía estabilidad y no estaba firme en la fe. En su misión «fue valiente» y, al final, lanzó un desafío a los sacerdotes de Baal, sobre el monte Carmelo, y los venció. «Y para terminar la historia los mató a todos», poniendo así fin a la idolatría «en esa parte del pueblo de Israel». Por lo que Elías «estaba contento porque la fuerza del Señor estaba con él».


Pero, prosiguió el Papa, «al día siguiente la reina Jezabel —era la mujer del rey pero era ella la que gobernaba— lo amenazó y le dijo que lo mataría». Ante esta amenaza Elías «tuvo tanto miedo que cayó en depresión: se marchó y quería morir». Precisamente ese profeta que el día anterior «había sido tan valiente y había vencido» contra los sacerdotes de Baal, «hoy está mal, no quiere comer y quiere morir, tanta era la depresión que tenía». Y todo esto, explicó el Pontífice, «por la amenaza de una mujer». Por eso «los cuatrocientos sacerdotes del ídolo Baal no lo habían asustado, pero esta mujer sí». Es una historia que «nos hace ver cómo el Señor prepara» para la misión. En efecto, Elías «con aquella depresión se retiró al desierto para morir y se recostó esperando la muerte. Pero el Señor lo llama» y lo invita a comer un poco de pan y a beber porque, le dice, «tú debes aún caminar mucho». Y así Elías «come, bebe, pero después se vuelve a recostar. Y el Señor de nuevo lo llama: sigue adelante, sigue adelante».


La cuestión es que Elías «no sabía qué hacer, pero escuchó que debía subir al monte para encontrar a Dios. Fue valiente y se dirigió hacia allá, con la humildad de la obediencia. Porque era obediente». A pesar de encontrarse en un estado de desaliento y «con mucho miedo», Elías «subió al monte para esperar el mensaje de Dios, la revelación de Dios: oraba, porque era bueno, pero no sabía qué sucedería. No lo sabía, estaba allí y esperaba al Señor». Se lee en el Antiguo Testamento: «Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor». Elías, comentó el Papa, se «dio cuenta de que el Señor no estaba allí». Continúa la Escritura: «Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor». Así que, continuó el Pontífice, Elías «supo discernir que el Señor no estaba en el terremoto y no estaba en el viento». Y aún más, cuenta el primer Libro de los Reyes: «después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor. Después del fuego el susurro de una brisa suave». Y he aquí que «al oírlo, Elías se dio cuenta que era el Señor que pasaba, se cubrió su rostro con el manto y adoró al Señor».


En efecto, afirmó el obispo de Roma, «el Señor no estaba en el huracán, en el terremoto o en el fuego, sino que estaba en aquel susurro de brisa suave: en la paz». O «como dice precisamente el original, una expresión bellísima: el Señor era un hilo de silencio sonoro». Elías, pues, «sabe discernir dónde está el Señor y el Señor lo prepara con el don del discernimiento». Luego le confía su misión: «Has hecho la prueba, te pusiste a prueba con la depresión», del estar mal, «del hambre: fuiste probado en el discernimiento», pero ahora —se lee en la Escritura— «vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo».


Precisamente esta es la misión que le corresponde a Elías, explicó el Papa. Y el Señor le hizo hacer ese largo recorrido para prepararlo a la misión. Quizá se podría objetar, hubiera sido «mucho más fácil decir: has sido tan valiente al matar a esos cuatrocientos, ahora ve y unge a este». En cambio, «el Señor prepara el alma, prepara el corazón y lo prepara en la prueba, lo prepara en la obediencia, lo prepara en la perseverancia». Y «así es la vida cristiana», puntualizó el Pontífice. En efecto «cuando el Señor quiere darnos una misión, quiere darnos un trabajo, nos prepara para que lo hagamos bien», precisamente «como preparó a Elías». Lo que es importante «no es que él haya encontrado al Señor» sino «todo el recorrido para llegar a la misión que el Señor confía». Y precisamente «esta es la diferencia entre la misión apostólica que el Señor nos da y un deber humano, honrado, bueno». Por lo tanto, «cuando el Señor da una misión, nos hace siempre entrar en un proceso de purificación, un proceso de discernimiento, un proceso de obediencia, un proceso de oración». Así, insistió, «es la vida cristiana», es decir, «la fidelidad a este proceso, a dejarnos conducir por el Señor».


Del caso de Elías nace una gran enseñanza. El profeta «tuvo miedo, y esto es muy humano», porque Jezabel «era una reina mala que asesinaba a sus enemigos». Elías «tiene miedo, pero el Señor es más poderoso» y le hace comprender que tiene «necesidad de la ayuda del Señor en la preparación a su misión». Así Elías «camina, obedece, sufre, discierne, ora y encuentra al Señor». El Papa Francisco concluyó con una oración: «Que el Señor nos dé la gracia de dejarnos preparar todos los días en el camino de nuestra vida, para que podamos testimoniar la salvación de Jesús».

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